María Eloísa Naranjo Pérez, dueña de “La Batea de Eloísa”:
Entre panes con orégano, cebolla caramelizada y aceitunas, esta emprendedora hoy amasa la vida con alegría, fuerza y pasión. “Logré tener autosuficiencia y darme cuenta de que podía, que era capaz”, precisa.
PAINE.- “Estaba inmersa en una relación abusiva, sufría de violencia intrafamiliar y económica, porque él no aportaba dinero suficiente al hogar, es decir, no había plata para ni los pañales de mi hija. Y no quería salir a trabajar y dejar a mi hija sola en casa”. María Eloísa Naranjo Pérez tiene 34 años, vive en el límite rural de Paine con su hija Amalia (4 años) y hace 3 años la venta de su primer pan le cambio la vida. Y no solo desde el punto de vista económico, sino también del personal, del amor propio.
“En medio del abuso pensé que debía hacer algo en la casa, y me acordé de que mi abuela me había enseñado a hacer pan cuando yo tenía 12 años, porque a ella la criaron para ser esposa y debía saber hacer el aseo en la casa, cocinar y atender al marido y todas esas cosas…”, sostiene.
“Y al principio me daba vergüenza vender pan, y pensaba instalarme en un semáforo, pero luego me acordé de las redes sociales y me hice una página Facebook y le puse el nombre ‘La Batea de Eloísa’, porque esa batea, que es una tabla para amasar y que ocupo hoy, me la heredó mi abuela”, aclara.
Y el primer paso para vivir de nuevo lo dio con un billete en la mano. “Tenía solo 10 mil pesos y muchas necesidades, y como tenía un horno eléctrico pequeño el primer pan que cociné fue alargado, como pan de campo, para rebanar. Y fui al molino, compré un saco de harina y me lancé”, cuenta.
“Comencé a publicar los productos que hacía en redes sociales, empezando por Paine, cobrando 1.000 pesos por unidad y con despacho gratis. Y recuerdo que el primer día que publiqué vendí mi primer pan, que era blanco y con orégano. Y esa clienta, que me sigue comprando hasta hoy, me comenta que había una agrupación de emprendedoras en Paine, que se llama ‘Emprende Paine’, que hacían ferias 2 veces al mes en la Plaza Paula Jara Quemada”, precisa.
Y todo comenzó a funcionar, agrega María Eloísa. Tanto así, que “logré tener autosuficiencia y darme cuenta de que podía, que era capaz. Entonces me compré un horno más grande y luego uno industrial, y tras el estallido social y pandemia el negocio se potenció, porque como las personas no podían salir les llevaba el pan a sus casas. Y lo hacía con un permiso semanal de delivery que me sacaba un amigo dueño de un foodtruck. Y salía todos los días a entregar pan, lo que fue muy difícil porque lo hacía con mi hija en brazos. De hecho, tomaba pecho y dormía mientras yo amasaba”.
“Y este 2022 me vinculé con el Programa Mujeres Jefas de Hogar. Fui a la Dideco del municipio de Paine, y no niego que tenía vergüenza, pero me atreví porque sabía que necesitaba ayuda. Y se movieron todos los canales de apoyo para enfrentar a mi ex pareja y hacer las denuncias respectivas, romper ese cerco de violencia. Y les conté que necesitaba capacitación para hacer crecer mi negocio, es decir, cocinar otros tipos de pan, aprender de finanzas, etc.”, recuerda.
María Eloísa Naranjo hoy vende panes a clientes habituales a través de Facebook, Instagram y un grupo cerrado de whatsapp. Y quiere ampliarse a una línea más gourmet como, por ejemplo, distribuir en cafeterías y restoranes su pan de cebolla caramelizada. “Hay que abrirse a pedir ayuda, porque si lo hubiese hecho desde el principio todo habría sido más fácil. Todos tenemos capacidades, lo podemos lograr. Y hay una retribución más importante que la económica, la autoestima. Lograr hacer algo por uno mismo no tiene precio”, puntualiza.
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